Ha pasado
que, si no ponemos todo en las redes sociales no existimos. Pasa que si no
pongo un status de cómo me estoy sintiendo o donde ando pues no es real.
Entramos a las redes sociales para confirmarnos que estamos vivos. Que
existimos y que allá afuera hay gente que sabe quiénes somos. Pasa que nos
conectamos esperando, por fin, sentir esa conexión con los demás. Hoy en dÃa si no tienes Facebook/Twitter la gente
te mira raro y te pregunta si eres normal. Que estamos obsesionados con subir
al menos diez fotos nuestras, documentando lo que hemos hecho en el dÃa para dejar saber
a los demás que estamos vivos. Que existimos. Que nos disfrutamos la vida.
Aunque si lo pensaran bien el hecho que estés documentado cada momento de “disfrutarte
la vida” hace que te la disfrutes menos. Irónico, ¿no? Tenemos que documentar
cada cosa que hacemos, y ojala tan solo fuera eso, pero no. Tiene que saberlo
los demás. Vivimos en un mundo donde la cantidad de “likes”/retweet o
comentarios valen más que las veces que nos robamos un beso o decimos te amo.
Facebook/Twitter se ha vuelto nuestra
manera de interactuar con el mundo. Porque se nos hace más fácil, porque es
menos complicado. Nos escondemos detrás de una pantalla esperando que la
persona del otro lado les guste como somos cuando en realidad no nos conocen
para nada. Entramos y sentimos envidia de que algún amigo en Facebook anda
viajando, comiendo en algún lugar exótico o se acaba de comprometer. Sin saber
que, si lo anda publicando en Facebook es porque todavÃa no ha encontrado esa
conexión que todos andamos buscando. Al estar en Facebook pensamos que estamos
allá afuera viviendo, cuando en realidad solo vivimos en una caja de cristal
donde solo podemos ver lo que los demás proyectan que son. Lo que los demás
quieren que veamos que son. Se nos hace más fácil conocer a alguien por
Facebook que conocerlo frente a frente. Porque es más fácil decir hola en lÃnea
que tener la valentÃa de acercártele a alguien en la calle. Entramos a Facebook
para asegurarnos que no estamos solos. Sin saber que el simple acto no hace, si
no, que estemos más solos. Peor aun, mas
solos pero con la falsa sensación de que no es asi. De que estamos conectados.
Update:
Este escrito llevaba semanas en mi computadora. No encontraba en mà publicarlo.
TenÃa esa sensación de que aún no estaba completo. Llame a una de mis amigas,
se lo leà y me dijo: “¿Qué esperas? PublÃcalo. Aun asÃ, no lo publique. Lo deje
reposar por varios dÃas hasta que llego la contestación de porque no lo podÃa publicar.
Pasa, que como me sospechaba, estaba incompleto. Aquà la historia: Un dÃa le escribà a un amigo,
con el que hace tiempo no hablaba, para saludarlo. La razón por la que hacÃa
tiempo no hablábamos era porque me sentÃa que era yo la que siempre andaba buscándolo.
Pero ese dÃa en particular no me importo y le escribà que andaba perdido. Me
contesto que para nada, que era yo la que andaba perdida. Sus próximas palabras
me dejaron de piedra. “La pérdida eres tú. Ya no te veo en Facebook ni te
conectas al chat.” Se imaginaran mi sorpresa al leer sus palabras. Al parecer,
el hecho que no estuviera presente en Facebook me hacÃa estar “perdida”. Le
conteste que no me gustaba ya conectarme a Facebook porque intentaba desligarme
un poco de la tecnologÃa. “¿Antisocial?, esta fue su contestación. Y le
conteste: “No, real.” Al parecer le pareció extraña mi contestación porque me
contesto, “¿y eso?” A lo que procedà a explicarle que me habÃa dado cuenta que
estar en el internet nos estaba dando un falso sentido de conexión y que no querÃa
eso para mi vida. Que las personas importantes tenÃan mi número y podÃan llamarme.
No sé qué paso, pero mi amigo cambio el
tema. Y entonces, me recordé de aquel escrito guardado en mi computadora. Y que
esta conversación no hacÃa más que confirmarme lo que ya habÃa escrito. No
estar/publicar en Facebook/Twitter es sinónimo de no existir en la vida de los demás.
Incluso cuando esas personas llevan conociéndote casi cinco años, tienen tu número
de teléfono y hasta saben dónde vives. Al parecer, Facebook se ha vuelto el más
usado medio de comunicación. Incluso más que el temido mensaje de texto.