New York, Oh New York! Parte 4

19 de marzo de 2015


Cierro la puerta azul royal. Afuera la brisa ligera alborota las pocas hojas en el patio.  Me ajusto la chaqueta un poco más al cuerpo. No hace mucha diferencia, en estos días llevaba el frio en los huesos. Un auto color vino tinto me espera. Mis tres maletas junto al maletero, esperan ser guardadas. Camino hacia ellas con cuidado del hielo que se ha formado en el suelo. Con cada paso el corazón me late más fuerte. “¿Todo listo?”, me preguntan. Doy una última mirada. “Todo listo”, contesto. Ya en el asiento de atrás pienso en las historias que terminan demasiado pronto. Escucho que encienden el carro pero yo ando ya en otra parte. Por mi ventana el puente de los sapos me saluda y si miro más allá 560 Main Street me cuenta que me va extrañar. Una izquierda y Main Street aparece delante de mí. Y recuerdo todas la veces que la recorrí al salir del trabajo.  Casi no hay nieve en ella, como si se hubiese puesto bonita solo para mí.  Paso un edificio gris con un letrero que lee Temporaries of New England. Ese lugar donde deje tantas sonrisas y memorias. Y mi corazón que parecía latir a mil por hora se detiene por completo. Me quedo sin aliento. “¡Detente! Da la vuelta y entra en el edificio gris”. Me bajo y me despido una vez más. Con el corazón apretado vuelvo al carro. Y el silencio se apodera de mí. Me parece que se me han acabado las palabras. Toman la salida 86 hacia el expreso I91 con dirección a New York. Es inevitable que una lágrima se escape y los recuerdos asalten. Y pensar que hasta hace unos meses ni siquiera sabía de este lugar. Y ahora me parecía estar dejando un parte de mí. El viaje fue una macha en el espejo de mi puerta, mi cabeza a miles de kilómetros de hacia dónde me dirigía. Pensando cuan injusta podía llegar a ser la vida. Cuan cruel. Apenas me salían las palabras. Pero, ¿qué podía decir? Que moría por regresa. Que detuvieran el carro. Que había cambiado de opinión. Ninguna era viable. Nunca fue mi decisión irme, irónicamente, como nunca fue mi decisión llegar. Pero lo había hecho y me había terminado enamorando del lugar. Ese que nunca había escuchado. Que tienes que mirar con mucho detenimiento para poder encontrarlo en el mapa. Y que quizás, esa nunca fue la manera que quise irme a Nueva York. Lo quería hacer en mis términos. Sin mandatos. Sin Ultimátum. Con opciones. Con cariño. Pero allí estaba de camino a cumplir uno de mis sueños y sintiendo que se me quedaba el alma. Como explicarlo. Pocos entendían que me sintiera tan triste de mudarme a la ciudad. Pero como explicar algo que ni yo misma sentía. Las horas se hicieron minutos y los minutos segundos, de pronto estábamos ahí. La ciudad delante de nosotros. Y se abrieron las posibilidades. Y las oportunidades surgieron. Y de pronto el mundo no era tan gris como pensaba. Más bien un azul gris. Con sabor a ciudad. A libertad. A magia. A segundas oportunidades. Y deje de sentirme tan sola. Y me di cuenta que estaba equivocada…Nueva York nunca había dejado de ser mi casa. Y estaba allí, recibiéndome con los brazos abiertos. Y aquel pequeño pueblo que había dejado atrás siempre estaría allí, feliz de recibirme, también, con los brazos abiertos. Y me di cuenta que el hogar no es donde está tu corazón…el hogar esta donde hay personas que te aman.  Así me di cuenta como Nueva York volvió a entrar a mi vida. De sorpresa. De una vez. Sin aviso. Como solo él puede hacerlo.   

Cariño, eres azul y a mí siempre me ha gustado el rojo.


Ayer mientras hablaba con Amelia le contaba como siempre me había enamorado por colores. Rojo, azul y hasta morado. Le explicaba como mi último amor fue tan rojo que parecía casi negro. Negro, como a veces es el color de mi alma. Esa que tú te haz empeñado en cambiar de color. ¿Qué pasa? ¿No te gusta el negro? Porque a mí me fascina. Bueno hasta que llegaste tú y ahora me ha dado por gustarme el azul. ¡Bah! Ni que azul. Rojo lo puedo entender, quizás hasta anaranjado, pero ¿azul? Nunca en la vida, cariño. Y ahora lo veo en todos lados. Hasta en tus ojos, cariño. Hasta en tus ojos. Esos que de vez en cuando me miran como queriendo limpiarme el alma. Cariño, es que no ves que no tengo remedio. Que no quiero cambiar. Que me gusto así, quebrada y un poco desequilibrada. Cariño, ¿Qué es lo que vez en mi? Porque cuando me miro al espejo solo veo una chica despeinada con dos o tres pecas de más. No soy nadie especial. Mis colores son básicos, mientras que tú te mezclas con todos ellos. Cariño, eres azul calma y yo siempre he sido rojo desastre…

Opción, del latín optio, es la facultad o libertad de elegir.


Cariño, te cuento que me he dado cuenta que tengo opciones. Si, cariño, opciones. Rojo, anaranjado, negro. Norte, sur, este y oeste. Hablar inglés, español y un poco de francés. Un tren a 14 Street, Madrid, Barcelona o San Juan. Comida francesa, italiana y alemana también. Opciones, cariño. Azul, amarillo y hasta blanco. Tomar el tren o ir andando. Despertarme a las seis, nueve y las once también. Sí, no, quizás. Hola, hasta luego, nos vemos pronto. Opciones. Frio, caliente o tibio. Con luz o sin luz. Verde, purpura o marrón. Faldas cortas, largas o si quiero vaqueros ajustados. Pelo suelto, recogido, peinado o despeinado. En realidad no importa porque tengo opciones, cariño. Opciones. Mañana, tarde o noche. Con música o sin música. Descalza o con zapatos. Con los ojos cerrados o abiertos. Alto, bajo. Con pasión o sin ella.  Cariño, opciones. Miles de ellas. Es más, millones de ellas. Y pasa, cariño, pasa que ninguna de ellas eres tú.  

Monólogo Interno: Parte XIV



"Tun. Tun. Tun. Probando, probando. ¿Me escuchan? Si, vale. Aquí voy.” 

Ya hace algún tiempo que no escribía por acá y aún más tiempo que no escribía uno de mis monólogos internos. Hoy les quiero hablar sobre bebes. No, no se preocupen este no será un post acerca de cuan hermoso son los bebes ni que “bendición” es tenerlos. Vale, debí haber dicho que pensaba hablar de la decisión de tener hijos. Los que me conocen saben que siempre he dicho que no quiero tener hijos. No me malinterpreten, me gustan los niños. Tengo dos sobrinos hermosos a los cuales adoro. Pero hasta ahí, al final del día puedo devolverlos y seguir con mi pacifica, algunos dirán algo egoísta, vida.  ¡Oh!, pero yo decirle eso a las personas. Es abrir una caja de pandora. Es casi como cuando explota un tubo de agua en tu casa y te empapa todo. Muy pocas personas pueden aceptar mi decisión. Lo toman casi personal. Como una ofensa contra su persona. Y comienzan los terribles “te vas arrepentir”, “eso dices ahora” o mi favorito “Dios te va a castigar”. ¿Qué se supone que deba responder? ¿Por qué tengo que justificar mi decisión? Eso dice mucho de nosotros como sociedad, que tengamos que justificar nuestras decisiones cuando son diferentes a los demás. Pero bueno, ese es tema para otro día. La historia que les quiero contar es esta. El otro día estaba yo desayunando con unos compañeros de la universidad, cuando inevitablemente surgió el tema de tener hijos. Ahora, deben tener en cuenta que cuando surgen estos temas suelo guardarme mi opinión. No porque me abochorne de ella, sino, porque me cansa tener que explicarla. Y porque rara vez encuentro una persona que la respete. En cambio, en ese día decidí unirme a la conversación. Me dije, estoy con adultos, adultos que ya están en maestría y son open minded. Así que decide arriesgarme. Chicos, que malísima idea.  Por supuesto, vinieron los comentarios usuales: “te vas a arrepentir”, “eres egoísta” o “es que no tienes la madurez todavía”. A esta última siempre contesto que el que este tan segura de esta decisión demuestra que tengo la madurez. Pero por supuesto nadie me entiende. Lo que no esperaba escuchar fue el siguiente comentario, “Déjala, la salvación espiritual es individual.” WHAT!! ¿Qué tiene que ver mi salvación con tener hijos? ¿Desde cuando se convirtió no tener hijos en un pecado? ¿Por qué Dios va a castigarme por tomar la decisión de no tener hijos? Imaginan como quede. No pude contestar. Solo un simple, “cada cual está en su derecho de tener una opinión.” Después me puse a pensar, cuan avanzados estamos en la tecnología y aun así cuan atrasados estamos con nuestras ideas, nuestras creencias. Que haya personas que piensen que el no tener hijos automáticamente me hace estar de malas con Dios. Lo cual no puede estar más lejos de la realidad. Yo creo que Dios sabe cómo pienso y más importante sabe cómo me siento. Y creo que tengo la madurez suficiente para decidir que no quiero ser madre. Simplemente es algo que no me hace falta para ser feliz. Y por esa decisión la sociedad me castiga, y ahora me amenaza con la condenación eterna. Señores, tener hijos es un responsabilidad enorme. No todo el mundo nace para tenerlos y eso está bien. En estos tiempos en que se tienen hijos por jugar y sin pensar creo que mi decisión debería ser refrescante. No piensen que la tomo sin haberlo considerado. He pensado mucho al respecto. Me he hecho preguntas difíciles. Y fue difícil aceptarla, de nuevo porque la sociedad nos ha engranado que las mujeres debes tener hijos y que si no los tienen no están completas. Pero la alternativa seria tenerlos y no ser feliz. Porque los voy a amar, claro son mis hijos. Pero sé que no tendría una vida en paz, que me sentiría culpable por no sentir que ellos me llenan, que me dan paz, etc. Así que, no quiero tener hijos. Punto. Creo que somos más y más las mujeres que tomamos esta decisión y ya va siendo hora que la sociedad nos acepte y respete nuestra decisión.  Después de todo lo que nos critican no van a estar ahí cuando él bebé se despierte a las 3 de la madrugada y no se vuelva a dormir. No, ahí estamos solas.