Bésame.


Bésame. Aunque no sepa si quiero que lo hagas. Aunque mis manos se mueran por acariciar tu rostro y a la misma vez no hagan otra cosa que alejarte. Aunque mi corazón  palpite de miedo  o emoción porque ya para mí son lo mismo. Aunque mis labios  tiemblen de ganas y de decir que no. Bésame. Aunque en la mañana me arrepienta para luego volver a querer que lo hagas.  Aunque compare tus besos con otros y a la misma vez no encuentre comparación alguna.  Aunque mis ojos te supliquen que esperes un segundo más. Bésame.  Para saber si quiero que lo sigas haciendo. Aunque te diga una y otra vez que no quiero que lo hagas. Bésame. Y compruébame, así, que estaba equivocada.  

El mundo está de cabeza.


Isabel esta petrificada al pie de las escaleras. Por su cabeza lo único que pasa es joder, joder, joder. Le parece todo un sueño o mejor dicho una pesadilla porque es imposible que Julián y Marcos estén en el mismo lugar. Isabel no sabe qué hacer.  Mientras debate que hacer, Julián toma la decisión por ella.

-Isabel, espero no interrumpir. Solo vine a devolverte tu libro- Isabel solo escucho su nombre. Julián nunca la llamaba Isabel, ni siquiera aquel fatídico día en que todo había acabado. 

-Gr…Gracias. Ni siquiera me había percatado de que lo había dejado. – contesto Isabel, tan bajito que casi no la pudieron escuchar.

-¿Te gustaría pasar? Lo menos que podemos hacer es ofrecerte algo de tomar. Después de todo vienes desde la ciudad a entregarle un libro a Isabel.- hablo por primera vez Marcos.  Isabel quería matarlo. ¿Julián en su apartamento?  Quizás podría fingir que se desmayaba, así no tendría que enfrentar nada de esto. La verdad no cree que tenga que fingir mucho. Julián vuelve a tomar la decisión por ella.

-Gracias, pero no hace falta. Solo pasaba a entregarle el libro. Tengo que estar en otro lugar, pero imagine que Isabel quería su libro de vuelta antes del examen- Ahí está de nuevo, su nombre. Si Julián supiera cuán difícil es escucharlo llamarla Isabel.  

-No tenías por qué molestarte, tengo otra copia.  De todos modos gracias por traerlo.- Isabel le contesto, mirándolo a los ojos tratando de transmitirle lo mucho que significaba su visita aun cuando no pudiera decirlo. Julián desvía la mirada, mandíbula apretada.   

-Cierto, es solo un libro. Perdona la molestia- le devuelve, mirándola a los ojos. Isabel quiere gritarle que no es solo un libro. Que es más que eso. Que se ha convertido en todo, pero en la puerta Marcos la mira confundido. Isabel camina hacia él y le toma la mano. Marcos le sonríe e Isabel se siente aún más culpable.

-Sí, es solo un libro. Gracias de todos modos- logra decir, aun cuando tiene un nudo en la garganta. Julián le extiende el libro, sin mirarla, se gira y se va sin decir nada más. Isabel lo ve irse y no puede evitar las ganas de salir corriendo detrás de él. No, no puede hacer eso. Aprieta el libro contra su pecho y se vuelve hacia Marcos.

-Te extrañe hoy. Quizás más que nunca.- le dice. Pone una mano en su mejilla y lo besa suavemente en los labios. Marcos la acerca hacia él y la rodea con sus brazos.

-Yo también te extrañe. Por cierto, tu amigo es un poco extraño e intenso.- dice Marcos riendo.

-Sí, lo es. Vamos, entremos, tengo mucho que contarte- contesta Isabel mientras le toma de la mano y entran al apartamento. Isabel no puede evitar pensar que esas no serían las palabras que utilizaría para describir a Julián.  Infinito. Si, esa sería una mejor palabra. Lo que no sabía Isabel era que en aquel libro había subrayada una oración que cambiarían todo…

Mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites…”

Monólogo interno: Parte IX


Imagínate obtener todo aquello que siempre has deseado. El carro, la casa, poder viajar por el mundo, el empleo deseado, que la persona que amas te amé devuelta, cualquier cosa que desees. No tienes que tan solo pensarla y ya la tienes. ¿Te lo imaginaste? Se siente bien, ¿verdad? ¿Pone una sonrisa en tu rostro? Bien. Ahora imagínate que pierdas todos eso, puff, de repente ya no tienes nada. O peor aún que eso que siempre querías tener resulte no ser lo que pensabas, resulte ser que no te llena o que no te hace sentir como pensabas. Y ahora, ¿cómo te sientes? Se fue la sonrisa, ¿verdad? Ustedes se preguntaran a donde voy con todo esto. Les parece hasta cruel de mi parte. Apuesto que tienen la frente fruncida preguntándose que demonios hacen leyendo esto. Pues la verdad hice todo este ejercicio porque a veces deseamos cosas sin saber mucho de ellas, sin saber si en realidad no harán felices. Las deseamos porque otras personas las tiene, o porque es lo último de la moda, o porque todo el mundo lo está haciendo, quizás hasta porque nos dan un cierto sentido de seguridad.  Lo que pasa con desear cosas de la cuales no sabemos mucho es que, usualmente cuando por fin las tenemos no nos hacen felices y lo peor ya no podemos devolverlas. Por ejemplo, deseamos con todas nuestras fuerzas que esa persona de la cual llevamos años enamorada se enamore de nosotros. Sin pensar que no sabemos absolutamente nada de ella. ¿Cómo puede uno estar enamorado de alguien que no conoce? Y entonces, casi como un milagro, esa persona por fin se fija en ti. Es más, hasta podemos decir que se enamora de ti y tu, entonces, te das cuenta que después de todo no era lo que querías. No suena justo, ¿verdad? Pareciera que es una broma del destino, otorgarte lo que quieres para más tarde arrebatártelo o jugarte semejante pasada, pero, ¿en realidad es culpa del destino? ¿O de nosotros?  Por querer cosas sin conocer muy bien eso que queremos. George Bernard Shaw escribió: Hay dos tragedias en la vida. Una es perder lo que tu corazón más desea y la otra, conseguirlo. Yo creo que tenía razón. Yo creo que ambas van de la mano. Que el universo no te otorga aquello que más deseas sin alguna condición por el lado y es ahí cuando se convierte en una tragedia. 

210 días


210 días hace que ya no estás en mi vida. 210 días de extrañarte todo el día. De estar a punto de levantar el teléfono para contarte mi día. 210 días de solo pensar en los si hubiera, en los que habría sido. 210 días de insomnio por no poder parar de pensarte. 210 días de que me pregunten por ti y tener que responder que ya no estas. 210 días de preguntarme si me piensas como yo lo hago, constantemente. 210 días de recuerdos, de palabras y silencios. 210 días de querer y no querer que vuelvas. 210 días de comer a medias o no comer nada.  210 días de ganas de ti, de escucharte,  de verte o tocarte y a veces las tres que es mucho peor. 210 días de sentarme aquí repasando todo lo que paso para intentar descubrir cuando fue que todo se fue a la mierda. 210 días de querer y no querer olvidarte. 210 días con tu lado de la cama vacío. 210 días de esperar que suene el teléfono. Nunca lo hace. 210 días de caminar por las calles y verte en cada esquina. 210 días de ese segundo justo antes de levantarme en el que se me olvida que ya no estas. 210 días….de amarte y odiarte, que se ha vuelto la misma cosa....210 días. 

Monólogo Interno: Parte VIII


Recuerdo haber tenido una crisis existencial cuando cumplí veintitrés y al parecer se ha convertido en algo que pasa una vez al año. A unos días de mi cumpleaños me voy desesperando cada vez más. Porque será que cuando cumples año es cuando más consiente te sientes del tiempo que ha pasado. Cuando más consiente te vuelves de las cosas que creías que para este tiempo habrías logrado y que aún no has hecho. Pues sí, resulta que se puede cumplir veinticuatro y tener una crisis. Recuerdo que cuando tenía dieciséis, y no tenía idea de lo difícil que sería la vida, pensaba que ya para cuando tuviera veinticuatro o veinticinco tendría toda mi vida resuelta. Si pudiera hablarle a esa chica ingenua le diría que las cosas no siempre son tan fáciles y no siempre resultan como uno quiere. Claro está, después de darle una cachetada para que despierte. Si, lo sé, suena cruel, pero no puedo evitar querer que alguien lo hubiese hecho. Que alguien me hubiese dicho que en la vida no todo es blanco y negro, que también existen áreas grises. Que no siempre caminamos el camino que creíamos era para nosotros, pero que está bien si nos desviamos. Que los sueños y las metas cambian a lo largo del tiempo y que no hay nada malo en ello. Que se puede tener casi veinticuatro y no saber aun lo que quieres con tu vida. Que está bien equivocarse, pero que también está bien tener la razón. Que no hay nada de malo en creer en cosas que los demás no creen porque si yo soy capaz de sentirlo alguien allá fuera también es capaz. Que está bien tener esperanzas, pero que uno tiene que aprender cuando dejarlas ir. Que el amor nunca es como lo pintan y que no voy a saber lo que es hasta que lo experimente. Que está bien querer hacer algo porque te gusta y no porque te deja dinero. Que está bien creer, soñar, tener altas expectativas y no querer darse por vencido. Pero sobre que todo que me hubiesen dicho que no importa el camino que tome, cuantas veces me desvíe o me pierda siempre voy a terminar donde debo aun cuando eso sea donde menos me lo imaginaba. Y que al final todo estará bien. 

Cuatros pisos y un edificio de recuerdos.


Isabel se detiene a tomar un respiro, se quita los zapatos y se dispone a subir los cuatro pisos para llegar a su apartamento. Libros en una mano, zapatos en la otra y su mochila en la espalda. Días en los que tiene que subir los cuatro pisos con un revolú de cosas le parece que carga el peso del mundo en sus hombros. Suspira. Un escalón, y recuerda la sonrisa de Julián. Dos escalones, recuerda su voz. Tres escalones, recuerda su mirada. Ya para cuando ha subido el primer piso ha pasado por su cabeza la película completa. Solo tres pisos más. Tres pisos de recuerdos, de palabras pronunciadas y no pronunciadas también. De segundas oportunidades. De pena, risa, lagrimas, Benedetti y Neruda también. Es extraño como su historia no la ha medido el tiempo si no los poetas y escritores de sus vidas. Benedetti ese primer día, Neruda unas semanas después, Poe cuando tres meses habían pasado, Twain a mitad del año y al final volvemos a Benedetti con sus puentes como liebres. Solo dos pisos más. Dos pisos de una historia dejada a medias. De decisiones difíciles. De demasiada realidad y poca magia. Solo un piso más. El peor. El más difícil de subir. El que siempre la engaña haciéndole pensar que ha llegado cuando aun le faltan por subir 18 escalones más. Recuerda haberle roto el corazón. Recuerda los noches de sueño perdido. Seis escalones, recuerda su voz leyendo a Benedetti. Cinco escalones, recuerda sus correos a mitad de la noche con un simple: Te extraño. Cuatro escalones, recuerda los planes dejados a media. Tres escalones, recuerda las palabras espero que nunca seas feliz. Dos escalones, recuerda una despedida. Un escalón, recuerda el vacío. Isabel llega la puerta y allí, esperándola, Julián con una vieja copia de Benedetti en las manos. En el mismo momento que sus miradas se encuentran la puerta de su apartamento se abre y Marcos aparece. Julián y Marcos. Juntos. ¡Joder!