La chica del elevador: Carta II

Querido Andrés:

Si vieras la historia que me he creado en la cabeza. Si vieras la de cosas que hemos hecho juntos. Te recuerdas de ese beso en la mejilla que quedo inmortalizado para siempre. Ese que ahora adorna mi mesa de noche para recordarme todos los días que existes y más que eso, que esa de la foto existe también. Recuerdas la sonrisa que me regalaste aquel día bajo el árbol de tu abuela. Esa que ahora es el salva pantallas de mi móvil. Y que no dejo de mirar por miedo a olvidarla. Que muchas memorias, Andrés. Si vieras la de te amos que me haz susurrado por la noche. La de besos robados que guardo un cajón y que de vez en cuando saco para sentirme viva.  Si vieras, Andrés, la de veces que nos hemos detenido en medio de la nada porque las ganas de besarnos se hacen demasiado. La de veces que haz llamado para escuchar mi voz y yo me quedo callada para torturarte. Si vieras la de veces que he recorrido tu tatuaje con mis manos. Sí, ese que se asoma por las hendiduras de tu cintura. Las mismas hendiduras que tanto me gustan trazar con los labios. Si vieras, Andrés, la de desayunos que hemos comido en la cama. La de revolcones que hemos dado justo antes de partir al trabajo. En fin, Andrés, si te vieras en esta historia, estoy casi segura que ni tú mismo te reconocerías.

Con amor,
La chica del elevador



Post data. He visto que has arreglado los cristales de tu carro y que la rubia ya no anda más en tu cama. Supongo que no te ayudo después de todo. Y yo no encuentro en mí arrepentirme. 

Y esto fue lo que quedo.


Se sentó y lloro por todos esos sueños que nunca pensó que fueran suyos y que ahora que ya no eran posibles los quería. Se sentó y lloro por la posibilidad perdida de algún día encontrar el amor verdadero. Lloro porque nunca sabría que lo que es ser madre o lo que es estar enamorada. Lloro porque se dio cuenta que había nacido para estar sola. Lloro y maldijo su suerte una y otra vez.  Lloro por todos los recuerdos que nunca llegara a tener. Por los millones de te amos que murieron justo antes de ser pronunciados. Lloro por ese traje blanco que nunca va a llegar a usar. Por el rostro de un niño o niña que nunca llegara a conocer. Lloro porque ese día la última esperanza de que los finales felices existan había muerto. Se sentó y lloro hasta que no le quedo una lágrima. Se sentó y lloro hasta que su corazón no volvió a ser el mismo. Se sentó y lloro... 

Tus ojos

Hoy descubrí que tus ojos verdes tienen destellos marrones en ellos. Como si la vida hubiese tenido una batalla interna para decidir si ponerte los ojos de tu padre o tu madre. ¿Te he dicho?, cuanto me gustan tus ojos. Cuanto me gusta perderme en ellos. Es más, me gustan hasta en los días tristes. Me gusta como los entornas cuando sabes que alguien está mintiendo. Me gustan cuando me miran a mí y a nadie más como tratando de ver detrás de la muralla que he puesto alrededor de mi corazón. Me gustan como brillan cuando ríes a carcajadas. Me gustan cuando con ellos intentas decirme todo eso que callas. ¿Te he dicho? Que no puedo dejar de mirarlos. Que cuando preguntaste mi color favorito estuve a punto de decir… el de tus ojos.


Desvelada


Me han desvelado tus sueños. Y mis ganas de querer llamarte a cada rato. Me han desvelado tus pensamientos. Y los míos, que no son de otra cosa más que pensar si me piensas tanto como yo a ti. Me han desvelado tus ganas de cambiar. Y las mías, de que cuando cambies no te olvides de mí. Me han desvelado tus palabras. Y las mías, pero las que olvide decirte por miedo a perder. Me ha desvelado tu mirada. Y mi arrepentimiento de no haberla cruzado con la mía más a menudo. Me han desvelado tus labios. Y los míos, que no dejan de temblar con solo pensar que pueden tocar los tuyos. Me ha desvelado tu sonrisa. Y la mía, que se ha quedado congelada desde que te conocí. Me ha desvelado tu voz. Y la mía, que no suena igual desde que pronuncie tu nombre. Me han desvelado tus manos. Y las mías, que aun sienten la forma de las tuyas. Me haz desvelado tú. Y yo, por esa obsesión de andar soñandote despierta... 

Un último adiós.

Isabel se encuentra sentada en frente de Julián esperando su reacción.

-No entiendo- le dice Julián.

-Veras, Julián, es tan simple como que ni te escojo a ti ni a Marcos. Que me escojo a mí. Que me di cuenta que siempre he sido más feliz cuando estoy sola. Que no me molesta llegar a un apartamento vacío. Que la compañía que más anhelo siempre has sido la mía. Que me gusta estar sola.

-¡Pero!, como que te gusta estar sola, Isabel. No digas tonterías. A nadie le gusta estar solo. Que uno siempre necesita alguien con quien compartir su vida. Y yo quiero compartir la mía contigo.

-Sí, pero yo no contigo. La quiero compartir conmigo. ¿Tan difícil es? ¿Comprender? He nacido para estar sola, Julián. Y si yo lo he podido entender y aceptar. Tú también puedes.

-Es la excusa más estúpida que han usado para cortarme. Muchos más que: “No eres tu soy yo”. Esperaba más de ti, Isabel. Eres una cobarde.

- ¿Ves? Esa siempre ha sido la diferencia entre Marcos y tú. Él puede entender que esto es lo que me hace feliz y lo acepta. ¿Sabes porque? Porque él siempre supe quien en realidad era.

Isabel se levantó de la mesa y le dijo: “Hasta nunca, Julián. Que seas feliz.” Julián no dijo nada, aunque ya no tenía caso que lo hiciera. Isabel sabía que había hecho lo correcto.  Recogió sus maletas y pidió un taxi hacia su nueva vida. Sola.


FIN 

Un último dialogo

A solo días de aquel fatídico día con Julián y Marcos, Isabel se encontraba de nuevo al pie de la puerta del que iba a pasar a ser su ex-apartamento con quien iba a pasar a ser su ex-novio con tres maletas y el corazón un poco roto.

-Perdóname- le susurra Isabel a Marcos, que esta recostado en el marco del puerta con un expresión de angustia en el rostro.

-No tienes por qué disculparte, Isabel. Siempre he sabido que eres un espíritu libre. Y lo había aceptado hace mucho tiempo. Qué más puedo esperar de ti que hacer siempre aquello que te hace feliz.

-Aun así, te debo una disculpa. Porque en nombre de mi libertad y felicidad te he herido. Y esa nunca fue la idea. Créeme.

-Lo sé, pero es algo que no se pudo evitar. No te culpo, sabes, yo siempre supe cómo serían las cosas desde un principio. Y no me arrepiento, valió la pena.

Isabel no pudo evitar querer amar a Marcos como él se merecía. Que fácil hubiese sido su vida si se resignara y se quedara con Marcos. Pero Isabel nunca había sido de las personas que se conformaban y mucho menos le gustaban las cosas fáciles. Si, era un masoquista.   Isabel se acerca a Marcos y lo abraza, mientras le susurra al oído: “Te voy a extrañar y tampoco me arrepiento”. Le da un apretón más, agarra sus maletas y sale de allí antes que las lágrimas comiencen a caer. Todavía le falta una cosa más que hacer, las lágrimas tendrán que esperar. Saca el móvil y marca el número que le era tan familiar como el de Marcos.

-Hola- contestan.

-Julián, tenemos que hablar- le dice, mientras espera un taxi.