De regreso a Madrid

Me he regresado a Madrid. He tomado el tren que sale a las 7:52 desde Barcelona. En tu apartamento me he dejado un sostén, un par de aretes y la mitad de mi corazón. El tren está casi vacío. Y me pregunto hacia donde van las pocas personas que están allí. Quien sabe, quizás su destino sea Madrid o quizás Madrid es solo una parada más en su viaje. Que daría ella porque Madrid fuera tan solo una parada y no su destino. Que diera ella porque sus coordenadas no tuvieran sabor a ti. En tu apartamento me he dejado un par de zapatos al pie de tu puerta. Eran mis favoritos. Me he dejado tu media sonrisa. Y si, como podrás intuir, era mi favorita también.  El tren se mueve más rápido y en el encargado de los boletos nos poncha el alma. A mi izquierda un señor en sus cuarenta, con laptop, móvil y tableta en mano parecer estar en otra coordenada. Que diera ella por estar en otra también.  A mi derecha, por la ventana, Barcelona va quedando atrás. Solo es una mancha cambiante en el cristal. Dejo a Barcelona y tú mirada color gris tormenta. Por el pasillo una chica de pelo negro hasta el mentón se dirige hacia mí.  Se detiene junto al asiento vacío a mi lado y pregunta, “¿Está ocupado?” Me conoces, por un momento pensé en decirle que en efecto el asiento estaba ocupado. “No”, casi suspiro. “Genial, no me gusta sentarme sola”, contesta con un entusiasmo que nadie debería tener a esta hora de la mañana. Tan pronto se sienta a mi lado me arrepiento de no haberle dicho que el asiento estaba ocupado. Pero que iba a saber esta extraña que mi entusiasmo lo había dejado en mi lado de tu cama. “¿Es tu destino Madrid?” me pregunta. Lo pienso por un momento. ¿Era mi destino Madrid? Y ahí hablando con una extraña se decidió. Madrid no sería su destino. Madrid seria solo una parada. "No”, le conteste; resuelta a cambiar mis coordenadas.  

Seis letras y un nombre.


Cariño, solo se necesita que pronuncies mi nombre. Para que se me erice la piel. Para que comience el cosquilleo. Para que se me dibuje una sonrisa en el rostro.  Solo mi nombre. Solo seis letras. O-l-i-v-i-a. Para que mi día cambie. Para que vuelvan las dudas. Para que comience a pensarte de nuevo. Solo necesitas pronunciarlo. Para que mi corazón se acelere. Para que se abran cientos de puertas. Para que regresen los recuerdos. O-l-i-v-i-a. Para que mi mundo se ponga de cabeza. Para que de repente comiencen a fluir las palabras. Para que comience a despolvar viejas canciones. Cariño, solo pronuncias mi nombre. Para que comience a sentir de nuevo. Para que me vuelva a gustar el rojo. Para que comience a extrañarte de nuevo. Mi nombre, cariño. Para querer comenzar a escribirte de nuevo. Para que pronuncie tu nombre de vuelta. Para que de pronto no haya excusas para no pensarte de nuevo. 

Soy economía, cariño


Cariño, siempre he pensado en el amor en términos de economía. Siempre he hecho un análisis de costos-beneficios de mis relaciones.  Si, escuchaste bien. Costos y beneficios, cariño. Pros y contras. Todo para saber si es una buena inversión esto del amor.  El amor se ha convertido en la Ley de oferta, cariño. Su valor ha ido en aumento y ya no sé si sería bueno invertir. Es mucho el riesgo de pérdida. Estamos en recesión y los economistas recomiendan no hacer negocios riesgosos. Veras, es que en el amor es jugárselas todas. Es invertir todo el capital y orar por al menos recuperar lo invertido.  Sin posibilidad de ganancia. El amor es una inversión riesgosa. Por eso conmigo siempre ha sido cuestión de disponibilidad. Cuestión de costos y beneficios.  Cariño, el amor es economía. Y ya has visto las noticias, andamos en recesión. Por eso nuestra historia siempre será así. Yo llegando siempre al punto exacto para cruzar la línea pero nunca lo hago. Y no puedes culparme, cariño. En esto del amor nunca he tenido las ganancias esperadas.


11:11


 El reloj marca las 11:11. La vieja costumbre de pedir un deseo sale a la superficie.  Laura se da la vuelta  y no pide su deseo. Su móvil lleva sonando en la mesa de noche desde las 10:27. Celeste no ha parado de llamar. El móvil deja de sonar, 9 llamadas perdidas.  Vuelve a sonar una décima vez. Laura decide contestarlo.

-“¿Quién se atreve a llamarme a esta hora de la mañana?”, contesta Laura. Celeste suelta una carcajada al otro lado del móvil.

-“Laura, ya son las- una pausa- 11:26 de la mañana. Apenas y se puede llamar mañana”.- Laura se pregunta cómo alguien puede estar tan alegre a esta hora de la mañana.

-“Celeste, sabes que para mí toda hora antes de las 12:00 es muy temprano. Espero que sea algo importante. Que se haya muerto alguien o al menos, que alguien este gravemente herido. Solamente así, podría perdonarte el que me hayas levantado tan temprano.”, le contesta Celeste ya un tanto exasperada. 

- “Por Dios Laura, que mórbida. No se ha muerto nadie y nadie está gravemente herido. Creo que es algo mucho peor.”, contesta Celeste sin nada de la alegría anterior en su voz. Celeste no se imagina que pueda ser peor que una muerte.

-“Ya me haz asustado. Anda, dime, ¿qué ha pasado?”, Laura tiene un mal presentimiento. Hasta se ha arrepentido de no haber pedido el deseo cuando tuvo la oportunidad.

-“Es Ernesto”-una pausa-“Ernesto ha vuelto. Le acabo de ver en la cafetería de Don José.” Laura ha dejado de escucharle desde que escucho el nombre Ernesto. Mira el reloj, 11:33. Maldición, debió haber pedido el deseo. Ahora ya es muy tarde.  

-“Eso no es todo, Laura. Ernesto no ha vuelto solo.”

Laura no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Dios!, y la gente se preguntan porque no me gustan las mañanas. No hay noticias buenas a esta hora de la mañana. Laura tomo la caja de cigarrillos de su mesa de noche, saco uno y lo prendió. Iba a ser un largo día.

-"¿Laura? ¿Estás ahí? ¿Laura?, Celeste sonaba preocupada. "Lau-". Laura la interrumpió.

-“Celeste, nada bueno sale de levantarme temprano. Debiste dejar que siguiera durmiendo”. Laura colgó el móvil, le dio dos caladas más al cigarrillo y se dio la vuelta para seguir durmiendo. Quien sabe, quizás la llamada solo había sido un sueño. 


Monologo Interno: Parte XIII

Ha pasado que, si no ponemos todo en las redes sociales no existimos. Pasa que si no pongo un status de cómo me estoy sintiendo o donde ando pues no es real. Entramos a las redes sociales para confirmarnos que estamos vivos. Que existimos y que allá afuera hay gente que sabe quiénes somos. Pasa que nos conectamos esperando, por fin, sentir esa conexión con los demás.  Hoy en día si no tienes Facebook/Twitter la gente te mira raro y te pregunta si eres normal. Que estamos obsesionados con subir al menos diez fotos nuestras, documentando  lo que hemos hecho en el día para dejar saber a los demás que estamos vivos. Que existimos. Que nos disfrutamos la vida. Aunque si lo pensaran bien el hecho que estés documentado cada momento de “disfrutarte la vida” hace que te la disfrutes menos. Irónico, ¿no? Tenemos que documentar cada cosa que hacemos, y ojala tan solo fuera eso, pero no. Tiene que saberlo los demás. Vivimos en un mundo donde la cantidad de “likes”/retweet o comentarios valen más que las veces que nos robamos un beso o decimos te amo. Facebook/Twitter  se ha vuelto nuestra manera de interactuar con el mundo. Porque se nos hace más fácil, porque es menos complicado. Nos escondemos detrás de una pantalla esperando que la persona del otro lado les guste como somos cuando en realidad no nos conocen para nada. Entramos y sentimos envidia de que algún amigo en Facebook anda viajando, comiendo en algún lugar exótico o se acaba de comprometer. Sin saber que, si lo anda publicando en Facebook es porque todavía no ha encontrado esa conexión que todos andamos buscando. Al estar en Facebook pensamos que estamos allá afuera viviendo, cuando en realidad solo vivimos en una caja de cristal donde solo podemos ver lo que los demás proyectan que son. Lo que los demás quieren que veamos que son. Se nos hace más fácil conocer a alguien por Facebook que conocerlo frente a frente. Porque es más fácil decir hola en línea que tener la valentía de acercártele a alguien en la calle. Entramos a Facebook para asegurarnos que no estamos solos. Sin saber que el simple acto no hace, si no, que estemos más solos.  Peor aun, mas solos pero con la falsa sensación de que no es asi. De que estamos conectados.


Update: Este escrito llevaba semanas en mi computadora. No encontraba en mí publicarlo. Tenía esa sensación de que aún no estaba completo. Llame a una de mis amigas, se lo leí y me dijo: “¿Qué esperas? Publícalo. Aun así, no lo publique. Lo deje reposar por varios días hasta que llego la contestación de porque no lo podía publicar. Pasa, que como me sospechaba, estaba incompleto.  Aquí la historia: Un día le escribí a un amigo, con el que hace tiempo no hablaba, para saludarlo. La razón por la que hacía tiempo no hablábamos era porque me sentía que era yo la que siempre andaba buscándolo. Pero ese día en particular no me importo y le escribí que andaba perdido. Me contesto que para nada, que era yo la que andaba perdida. Sus próximas palabras me dejaron de piedra. “La pérdida eres tú. Ya no te veo en Facebook ni te conectas al chat.” Se imaginaran mi sorpresa al leer sus palabras. Al parecer, el hecho que no estuviera presente en Facebook me hacía estar “perdida”. Le conteste que no me gustaba ya conectarme a Facebook porque intentaba desligarme un poco de la tecnología. “¿Antisocial?, esta fue su contestación. Y le conteste: “No, real.” Al parecer le pareció extraña mi contestación porque me contesto, “¿y eso?” A lo que procedí a explicarle que me había dado cuenta que estar en el internet nos estaba dando un falso sentido de conexión y que no quería eso para mi vida. Que las personas importantes tenían mi número y podían llamarme.  No sé qué paso, pero mi amigo cambio el tema. Y entonces, me recordé de aquel escrito guardado en mi computadora. Y que esta conversación no hacía más que confirmarme lo que ya había escrito. No estar/publicar en Facebook/Twitter es sinónimo de no existir en la vida de los demás. Incluso cuando esas personas llevan conociéndote casi cinco años, tienen tu número de teléfono y hasta saben dónde vives. Al parecer, Facebook se ha vuelto el más usado medio de comunicación. Incluso más que el temido mensaje de texto. 

Eres Invierno.


Amor, ¿sabes de lo que me he dado cuenta? Que eres más feliz estando lejos de mí. Ayer mientras observaba tus fotos me di cuenta que en ellas sonríes como no lo haces cuando estás conmigo. Amor, eres más feliz cuando los días son fríos y la nieve cae en la calles. El calor ya no te sienta bien. Tu definición de hogar y la mía no concuerdan en lo absoluto. Y tu corazón anda a kilómetros de distancias mientras que el mío siempre lo has cargado tú.  Amor, eres más feliz sin mí, punto. Ahora, te pregunto, ¿qué hago yo? A donde me voy con mis memorias sabor verano y las ganas de que ya no caiga más nieve. A donde voy con mis suspiros con sonido a mar. Que hago yo, que nunca me ha sentado bien los días llenos de nieve y frio.  Yo, que me enamoro de las risas y las conversaciones complicadas. Dime, amor, que hago si ando por la vida desorientada, mientras tu cargas mi corazón en las manos. Amor, eres invierno y toda la vida me han dicho que soy verano….

La foto en mi mesa de noche.

- “A veces me pasa que miro una fotografía mía y no logro reconocerme a mí misma. Sabes, es como si una extraña me mirara desde allí. Una extraña más feliz, más completa, con menos cargas. En fin, otra persona,” cuenta Laura a su amiga, mientras le da una calada a su cigarrillo. Había intentado dejarlo, pero al igual que el amor se le hacía imposible.

- “Es una extraña manera de verte a ti misma,” contesta Celeste frunciendo el ceño en dirección del cigarrillo. A Celeste nunca le había gustado el mal hábito de Laura de fumar. Ahora, a Celeste nunca la habían roto el corazón. Entonces, ¿Por qué habría de entenderlo? Se preguntó Laura.

- “Ese es el problema, Celeste. Que no logro verme. Es tanta la diferencia entre esa de la foto y la persona que soy ahora que es como si fuéramos dos personas totalmente distintas,” le devolvió Laura.


- “Yo creo que a todos nos ha pasado eso en algún momento, Laura. A mí, por ejemplo, me pasa que me encuentro haciendo cosas que nunca pensé que haría. Y es difícil, sabes, conciliar la persona que fuimos, somos y queremos ser. Yo creo que reconocerse a sí misma es tener un balance entre esas tres personas,” contesto Celeste. Laura, por su parte, se dedicó a mirarla. Había una cierta tristeza en sus ojos. Tomo otro cigarrillo de su bolso, lo encendió y volvió a mirar a Celeste. Quizás estaba equivocada, quizás Celeste entendía mucho más de lo que Laura pensaba. Dio una calada a su cigarrillo y se lo extendió a Celeste. Esta lo miro, una batalla interna y luego lo tomo y le dio una calada. Si, al parecer el amor se vuelve un mal habito para todos.  

Martin, no es en realidad su nombre.


Martin, hoy he tomado el día para pensarte. Veras, es tu cumpleaños, y me dije “que mejor día para pensar en él.” Así que, hoy Martin, hoy voy a tomarme la libertad de pensarte. Y si, ya sé que fue lo que acordamos, pero que mejor día para romper promesas que el de tu cumpleaños. Veras, Martin, es que desde que abrí los ojos estás conmigo. Estabas conmigo mientras tomaba mi café y hasta intentaste colarte mientras me duchaba. Así que, decidí “fluir” como andan diciendo por ahí. ¿Recuerdas el viaje que hicimos juntos? Ese que casi perdemos por no querer salir de la cama. Y si, fue mi culpa por empeñarme en contar de nuevo cada uno de tus lunares. Como me fascinan tus lunares, Martin. ¿Recuerdas aquel 4 de julio? Ese en el que me juraste que la felicidad existía. Que la teníamos nosotros agarrada de la mano. Sé que me mentiste, Martin. ¡Oh!, pero como ame tu mentira. Como aun lo hago… 

No es domingo, amor, resulta que es lunes.


Ayer te vi, después de 187 días. Estas más delgado y te ha dado por fumar. Me haz dicho, “¿vez?, es como si nunca me hubiese ido.” Después de oírte me ha dado por ponerme triste. Porque lo que no sabes, cariño, es que ya nada es lo mismo. A ti te ha dado por fumar y a mí por dejar de pensarte a menudo.  Sacas un cigarrillo, lo prendes y me miras. “¿Estas feliz de estar aquí?” me preguntas. Y yo solo quiero preguntarte “¿Dónde estás?”. Porque te miro y no puedo encontrar aquel muchacho que solía tumbarse en la arena conmigo a escuchar música de los ochenta.  “Si”, te contesto aunque puedo ver en tu ojos que sabes la verdad. “¿Eres feliz?”, te pregunto. Le das una calada a tu cigarrillo y me miras. “No”, contestas. “Aunque pienso que puedo llegar a serlo”.  “No hay nada en el mundo que desee más”, te digo. “No estás aquí para quedarte, ¿verdad?”, preguntas.  “No”, no necesito decirte nada más. Te acercas y me abrazas. Hueles a cigarrillos y tristeza. Te abrazo con más fuerza, mientras pienso: “No es domingo, amor, resulta que es lunes.” 

Monólogo Interno: Parte XII

En estas últimas semanas he estado pensando mucho en cuando era niña. En cuan fácil y poco complicada era mi vida.  Decía lo que pensaba, hacia lo que quería y perdonaba con una facilidad increíble. No me preocupaba por nada y mis problemas tenían las soluciones más simples. Ya sé, ya se que van a decir. Que el problema es que mientras más uno crece más crecen los problemas y más complicados estos se vuelven. Pero, ¿Sera esto cierto? Piénsenlo bien. No será que más bien, mientras más crecemos más nos complicamos la vida. Que mientras más crecemos más soluciones tienen nuestros problemas por lo tanto más difícil se nos hace resolverlos, escoger. Porque yo creo que no hay cosa que asuste más al el ser humano que tener que tomar un decisión. Cuando somos niños podemos ver el problema con mucha más claridad. ¡Anden! Cuéntenle a un niño uno de sus problemas, para que vean como ellos lo resuelven mucho más rápido que ustedes y tienen una solución mucho más simple.   Eso es lo mas lamentable de crecer…que perdemos nuestra simplicidad. Que perdemos la visión de ver las cosas como realmente son. Que nos limitamos y nos llenamos de prejuicios para luego quejarnos de cuan complicada es la vida. Yo por mi parte extraño eso, la simplicidad con la que los niños pueden ver las cosas. Como para ellos la vida es de todos los colores, no solo blanco y negro. Recuerdo una vez uno de mis primitos me pregunto porque había terminado con mi actual novio. Yo le dije que era complicado y saben que me contesto, con tan solo nueve años, que no lo era. Que era tan simple como decirle que lo amaba.  Tenemos tanto que aprender de los niños. O más bien tenemos tanto que recordar. Cuando un niño quiere algo lo dice. Cuando a un niño le duele algo lo dice. Cuando a un niño no le gusta algo lo dice. Mientras más crecemos más sinceros dejamos de ser, con los demás y con nosotros mismos. Mientras más crecemos más miedo nos da decir lo que pensamos, lo que queremos. Yo creo lo mejor que puede hacer el ser humano es imitar a los niños. Después de todos parecen tener la receta de la felicidad. 

Llegas y te vas.

Llegas, no en los días tristes, no. Llegas en los días felices. Llegas y te entremezclas entre las sonrisas y las risas. Llegas y te mezclas en las conversaciones más triviales. Llegas y de pronto estas ahí en medio de mis historias. Llegas en  los días soleados mientras tomo una cerveza con mis amigas. Si, de pronto estas ahí. Te entremezclas entre los bailes, las fotos y las canciones en la radio. Estas ahí mientras veo mi película favorita o cuando tengo a todo volumen el radio del coche. Estas en las cenas de navidad y en el conteo regresivo para el año nuevo.  Llegas y de pronto estas mientras preparo la cena. Estas cuando me preguntan qué hay de nuevo en mi vida. Llegas y te cuelas entre las 7:47 y las 7:48. En ese momento entre estar despierta y dormida. Estas, entre las páginas 14 y 15 de mi libro favorito. Estas mientras me pongo el labial para ir al trabajo. Llegas y de pronto estas ahí en mi llamadas a larga distancia. Llegas justo antes que suene mi alarma y te vas antes que tenga tiempo de apagarla. Ese es el problema amor,  que te vas. Llegas y te vas, justo cuando comienzo a recordarte.