Una historia más.

Otro día más. Ella se encontraba sentada en su mesa de siempre en aquel viejo café que visitaba desde que tenía uso de razón.  Escribía finales felices para alguien más. Deseando desde muy adentro que alguno de ellos se volviera su propio final. Suspiro. Se preguntaba cuando seria el día en que eso se volviera realidad. Se oyó el tintinar de las campanas avisando que un nuevo cliente acaba de entrar. Acostumbrada ya al sonido ni siquiera levanto la mirada para ver quién era.  Toda su concentración en la vida ficticia de alguien más.  Y fue justo en ese momento en que lo escucho pedir un café y unas tostadas para llevar. Hasta el día de hoy no sabe qué fue lo que hizo que levantara la mirada, quizás su voz, quizás su orden muy parecida a la de ella o el tono de su voz. Solo sabe que lo hizo.  Alto, marrón por el clima de la isla, allí estaba él. Algo en su corazón se disolvió, se soltó y voló libre. Él se volvió,  supongo que por las cosquillas que todos sentimos cuando sabemos que alguien nos observa, ojos azules tenia. Qué extraña combinación.  Todavía no había conocido a nadie de piel marrón y ojos azules. El no sonrió, más bien se quedo mirándole de igual manera, como queriendo descifrar un mensaje particularmente complicado.  Se dio la vuelta. Otro suspiro. Por su cabeza paso el pensamiento absurdo de que quizás el se fuera a acercar.  Tonta. Volvió a su historia, allí donde los pensamientos absurdos no existían.  Escucho salir su orden. Y muy contra su voluntad se volvió una vez más para mirar a aquel extraño de ojos azules. Él ni siquiera se volvió a mirar. Otro suspiro, esta vez un poco más largo y cansado. Sí, definitivamente, tonta. Mirando el reloj se dio cuenta que llevaba mucho más tiempo del planeado allí. Recogió sus cosas y se dirigió a casa algo mas desesperanzada que cuando salió.  Al otro día allí estaba ella como siempre en la misma mesa, el mismo café. Los mismos finales que nunca serian suyos. Volvieron a sonar las campanas, volvió a escuchar la voz. Sin querer y queriendo se volvió a mirar al mismo extraño de ojos azules. Y justo como ayer él no se volvió a mirar. Así pasaron los días, el extraño siempre entraba a la misma hora, pedía exactamente lo mismo y nunca se volvía a mirar. Cansada ya, de siempre mirar, decidió no ir a la cafetería por un par de días. Volvió días después, sin saber si quería volver a ver a aquel extraño o no. Entrando se dio cuenta que mesa de siempre estaba ocupada, por aquel extraño de ojos azules...

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