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Sentada en el aeropuerto, Marina, ve como de a poco van llegando los pasajeros. Uno a uno y el terminal se va vaciando. Sentada allí ve como con cada uno de ellos la esperanza de que él estuviera en ese avión se va disipando. Ya en el terminal solo quedan unas cuantas personas y ninguna de ellas es Federico. Le ha mentido. No ha llegado. Mientras tanto se ve como una familia entera abre un cartel que dice bienvenidos. Marina escucha risas, pero es como si las estuviera escuchando desde muy lejos. No ha venido. Realmente no ha venido. De todas las personas esperando ha sido la única que se ha quedado precisamente así, esperando. Ya en el terminal solo quedan las azafatas hablando animadamente. El capitán les dice algo, se ríen y desaparecen en el largo pasillo. No ha llegado. Realmente no ha llegado. Su corazón se niega a aceptarlo mientras que su mente no deja de gritarle te lo dije. Marina no sabe cómo pararse y finalmente irse de allí. Lo ha intentado tres veces. En las tres sus piernas han temblado tanto que no puede caminar. ¿Por qué le ha mentido? ¿Por qué decirle que le esperara allí? Mira su móvil a ver si por algún milagro hay un mensaje o buzón de voz con una explicación. Nada. Su móvil, el silencioso asesino que acabo por matar sus últimas esperanzas. Marina se levanta y camina hacia la salida. En la silla que habitaba hay una nota estrujada que lee lo siguiente:
Terminal 15. 3:42 am. Te espero.   

Y a lo lejos, en la correa de los esquipajes, da vuelta una maleta que nadie ha reclamado. 

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