Una historia para Sofía: Parte II


“Muy bien Sofía, ¿donde fue que no quedamos?”  “Alma pensaba que estaba enfermaba y no durmió casi nada.”, respondió Sofía. “Ah, cierto. La historia sigue así….”

Pasaron los días y Alma fielmente se subía al árbol a ver como el niño de la casa de a lado jugaba en el patio. Alma observaba su cara de concentración mientras trata de balancear el balón en sus dos rodillas. O como a veces se acostaba en la grama a leer un libro. Todos lo días sin fallar el niño salía por la puerta trasera, a eso de las 6 de la tarde, con balón o libro en mano. Alma le observaba fascinada por la contradicción que representaba.  El niño, Alma noto, tenia el pelo negro y a pesar de ser flacucho sus piernas estaban formadas. Lo más probable de tanto jugar con la pelota. Aun así sus manos flacas con dedos largos sostenían los libros con una delicadeza que solo utilizaba cuando se trataba de sus libros. Ya se lo que están pensando, ¿Cómo una niña de 12 años puede hacer tales observaciones? Pues la verdad es que Alma no era una niña común y como decía su madre, tenía una alma vieja. En los días que siguieron se formó una especie de rutina. A las 5:50 Alma subía al árbol a esperar que el niño saliera. Hasta hacia apuestas con ella misma a ver si llevaba un libro o la pelota. Raras veces acertaba.  Un día ya eran las 6:15 y el niño nada que salía. Alma comenzó a preocuparse. ¿Sera que estaba enfermo? ¿Castigado? Mientras Alma debatía porque el niño no había salido no se percato que este se encontraba al pie del árbol donde estaba subida.

“¿No te da miedo? ¿Andar tan alto?”- pregunto el niño desde abajo. Alma, sorprendida casi se cae del árbol.

“¡Pero que susto me has pegado! No sabes que no se debe sorprender a las personas que andan subidas en árboles.”- casi grito Alma.

“Perdona. Pensé que me habías escuchado. ¿Qué haces allá arriba? ¿Expiándome?”- pregunto el niño sonriendo. Alma no pudo evitar devolverle la sonrisa hasta que se percató de lo que el  niño había preguntado.

“Expiándote, ¿yo? Jamás. Solo veía el paisaje. Además de que me gusta subirme a los árboles. ¿A ti no?”

“Le tengo miedo a las alturas”- susurro el niño, sus mejillas colorándose por la vergüenza.

“Te puedo ayudar a vencer tu miedo. Digo si quieres.”

“No soy muy valiente”- dijo el niño sonrojándose aún más.

“Mi abuela me enseño que la verdadera valentía es cuando haces algo a pesar de tener miedo”. El niño la miro confundido, probablemente sorprendido que una niña de la edad de Alma hablara de tal modo.

“Vale, me puedes ayudar, pero primero debes decirme tu nombre”.

“Alma”- contesto está sonriendo.

“Sebastián”- contesto este, devolviéndole la sonrisa.

“¿Se hicieron amigos abuela? ¿Pudo Sebastián vencer su miedo? “– pregunto Sofía emocionada. Su abuela sonrió  y le dijo: “Esa, Sofía, es una historia para otro día”. 

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