Isabel está sentada en su mesa habitual en la biblioteca. Distraídamente
pasa la mano por la parte inferior de la mesa, trazando con el dedo la
iniciales allí marcadas. IC. Las había puesto allí la primera
vez que se topó con la mesa que se encontraba alejada de las demás y en el
rincón más obscuro de la biblioteca. Cuando Isabel la vio le pareció perfecta y
como todo lo que le parece así, dejo su huella. Cada vez que algo la perturbaba
iba allí y casi en automático, trazaba las letras hasta calmarse. Ese día ni
eso había podido calmarla. Rodeada de libros con nombres como "Law,
Justice and Society: A sociolegal introduction" o "Constitutional
Law" y si, escondido entre esos títulos se encontraba Benedetti, Isabel no
dejaba de pensar. En su vida. En el futuro. En las cuentas que le faltaban por
pagar. En los sueños que le faltaban por cumplir. En las decisiones que había
tomado y en las que les faltaba por tomar. En aquel correo electrónico que le
había cambiado la vida. Sobre todo en Julián. Julián al que sin querer había herido.
Lo peor es que lo había hecho con la verdad y por alguna extraña razón eso lo
hacía mucho peor. Hacían ya semanas de aquel mundano día en que le escribió
aquel correo. Todavía resuenan en su cabeza las palabras que le
escribió..." tengo que dejar de correr, Julián..." "...Quizás
algún día, como en la historia, tendremos nuestra oportunidad..." En estos
momentos Isabel piensa como se equivocaron al pensar que la verdad duele mucho
menos que una mentira. En estos momentos no parece así. Respira profundo. Había
hecho lo que debía hacer, no había duda de ello. El problema era que aún le
pesaba. Aún le costaba verificar su correo y no encontrar nada él. Y una parte
de ella, aunque muy pequeña, se preguntaba si había hecho lo correcto. Su mente
sabía eso, ahora, su corazón era otra cosa. No sabía de razones ni mucho menos
de lo correcto. En qué lío se había ido a meter y la cuestión era que no
encontraba en ella arrepentirse. No, no se arrepentía. Ni de conocerlo. Ni de
haberle llegado a querer. Ni mucho menos de aquel correo donde le rompió el
corazón. ¡Joder! Sonaba como una completa idiota. Frustrada decidió finalmente
irse a su apartamento. Recogió sus libros, se despidió de Maggie, la
bibliotecaria, y se marchó. Y sin querer o sabiendas, como ustedes decidan,
dejo el libro de Benedetti en la mesa. Y dentro, marcado, lo siguiente... ¿Por qué no he tomado ese bus que me
llevaría a ti? Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí, porque
todas las noches me torturo pensando en ti. ¿Por qué no sólo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo sólo así?...
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belllllo
ReplyDeleteAmazing!!!!
ReplyDeleteJulián, si llegará a leer esto, no podría contener el llanto.
ReplyDeleteEl debe estar arrepentido de ser un caballero y dejar ir, así, sin más, igual que llegó a su doncella.
Ser valiente sale muy caro, y a veces se cobarde, vale la pena....